17 abril 2023

Pensamiento crítico en la era de la IA generativa

por Santi Garcia

Pensamiento crítico

La rápida automatización de un número cada vez mayor de tareas como consecuencia de los avances tecnológicos, en particular la eclosión de la denominada inteligencia artificial generativa, hace que las empresas necesiten más que nunca personas con pensamiento crítico, una competencia que la taxonomía Education 4.0 del Foro Económico Mundial define como “una combinación de razonamiento deductivo, para llegar a conclusiones lógicas, y razonamiento inductivo, para inferir una mayor comprensión generalizada, para hacer juicios sensatos, incluidos los relacionados con la toma de decisiones y comparaciones de resultados potenciales de escenarios hipotéticos; así como la capacidad de interactuar con conjuntos de información aparentemente contradictorios”.

Umberto Eco decía que “demasiada información es ninguna información” (Troppe informazioni, nessuna informazione). Es un hecho, la era digital nos ha sumergido en una avalancha de información que, a menudo, nos lleva a consumir contenidos de manera superficial sin analizar críticamente su calidad y veracidad. Llevamos más de dos décadas expuestos a más información de la que podemos manejar. Cuando en 1999 el experto en innovación Alfons Cornella acuñó el término “infoxicación”, con el que quería reflejar la “angustia de la información” que un número creciente de personas empezaban a sufrir por aquel entonces ante la imposibilidad de absorber toda la información que recibían, este experto advertía: “Por mucha tecnología que definamos o que construyamos en los próximos años para resolver este problema del exceso de información, probablemente no resolveremos este problema, porque la información se multiplicará de manera mucho más rápida que la capacidad que tenemos de generar tecnología para manejar este flujo de información en exceso”. 

La cultura de la inmediatez que nos rodea tampoco favorece que analicemos la información que recibimos con calma y mirada crítica. La conectividad resultado de los avances en las telecomunicaciones, las redes sociales, y la posibilidad de acceder a información en tiempo real han creado una expectativa de gratificación inmediata y una demanda por respuestas rápidas. Es cierto que la capacidad de obtener información y respuestas rápidas que nos proporcionan los avances tecnológicos puede ser útil y beneficiosa en ciertas situaciones. Sin embargo, también puede conducir a decisiones impulsivas, superficialidad en el pensamiento, falta de reflexión y escasa atención a los detalles.

Somos víctimas, además, de los “filtros burbuja” de los que Eli Pariser hablaba en 2011 en su libro The Filter Bubble. Los algoritmos de personalización en línea limitan la exposición de los usuarios a diferentes puntos de vista y a información nueva o contradictoria. En lugar de ofrecer una visión amplia y diversa del mundo, estos algoritmos tienden a mostrarnos contenidos que refuerzan nuestras creencias y preferencias existentes. Estos algoritmos analizan nuestro comportamiento de navegación, nuestras interacciones en línea, nuestras preferencias y otros datos para determinar qué contenidos mostrarnos. Esto puede hacer que la experiencia en línea sea más cómoda y entretenida, pero también pueden limitar nuestra exposición a perspectivas y opiniones diferentes, lo que, según Pariser, puede llevar a la polarización y a la formación de “cámaras de eco”, donde los usuarios únicamente consumen contenido que reafirma sus propias ideologías y creencias, aislados de opiniones contrarias a las suyas. En consecuencia, las personas podemos volvernos menos tolerantes y más reacias a considerar otras opiniones o a cambiar de parecer. Además, las burbujas de filtro pueden dificultar la identificación de desinformación y noticias falsas, ya que las personas estamos expuestas principalmente a información que confirma nuestras creencias, independientemente de su veracidad.

No es ninguna casualidad que en 2016 “posverdad” fuese candidata a palabra del año de la Fundeu, ni que ese mismo año el diccionario de Oxford concediese esa distinción al término inglés equivalente, post-truth. Las elecciones de estas dos instituciones reflejaban la sensación que muchas personas teníamos entonces de que estábamos entrando en una época donde los hechos objetivos y la verdad empezaban a tener menos influencia en la formación de la opinión pública que las emociones, las creencias personales y las narrativas apelativas; y donde los argumentos basados en hechos y datos podían ser fácilmente desplazados por opiniones y afirmaciones que resonaban emocionalmente con las personas, incluso si no tenían fundamento en la realidad. 

Desde entonces las cosas no han ido a mejor. La avalancha de información no deja de crecer, estamos más conectados, los algoritmos se han perfeccionado, es más fácil generar contenidos y más difícil distinguir qué es verdadero y qué es falso, sufrimos un déficit de atención generalizado y cada día tenemos evidencias de que la opinión pública cada vez es más fácil de manipular. 

Ante esta situación, necesitamos reivindicar el pensamiento crítico como una competencia esencial para el mundo actual, pero sobre todo para el futuro. De hecho, el desarrollo de esta competencia debería ser una prioridad para cualquier persona o institución a la que de verdad le importe el futuro de nuestra sociedad y el bienestar de las generaciones venideras. Una sociedad que valora y fomenta el pensamiento crítico está más abierta al cambio y es más capaz de generar soluciones creativas a problemas complejos, puede detectar señales de advertencia tempranas y tomar medidas preventivas, es más inclusiva y abierta a diversas perspectivas y enfoques, más capaz de resolver conflictos y trabajar de manera cooperativa, más propensa a valorar la educación y a invertir en el desarrollo de habilidades y conocimientos. Además, las decisiones políticas, económicas y sociales tienden a ser más sólidas, más basadas en evidencias, y todo eso aumenta la resiliencia colectiva. Por el contrario, una sociedad donde no hay pensamiento crítico es una sociedad autocomplaciente, manipulable, condenada a la decadencia. ¿Acaso ese es el futuro que deseamos?

Este principio también es aplicable al mundo empresarial. Para una empresa, el pensamiento crítico es esencial para lograr adaptarse a las cambiantes condiciones del mercado y del entorno. Si sus líderes y empleados emplean el pensamiento crítico, la empresa tendrá una mayor capacidad de analizar situaciones complejas, identificar riesgos y oportunidades, y tomar decisiones mejor fundamentadas. Además, el pensamiento crítico impulsa la innovación, ya que quienes piensan de manera crítica es más fácil que cuestionen el statu quo y planteen soluciones alternativas. 

Ahora, en un escenario donde la integración de soluciones de inteligencia artificial en nuestras vidas está llegando a un punto de no retorno, la necesidad de contar con personas con pensamiento crítico se vuelve todavía mayor, y más urgente.

A medida que las empresas integran soluciones de IA en más procesos, es esencial que sus personas sean capaces de interpretar y analizar correctamente los resultados generados por estas tecnologías. El pensamiento crítico les puede ayudar a evaluar la calidad y relevancia de la información que les proporcionan los algoritmos, identificar posibles errores o sesgos y tomar decisiones informadas en función de estos análisis. También les ayudará a determinar si las soluciones de IA se están utilizando de manera ética y responsable, y si están teniendo en cuenta los posibles impactos negativos en las personas y la sociedad. Por otro lado, aunque la IA puede automatizar muchas tareas, los profesionales deben utilizar el pensamiento crítico para identificar las áreas en las que la IA puede ser más efectiva y las áreas en las que un juicio humano sigue siendo necesario, o cuando menos aconsejable. De la misma manera que también puede ayudarles a evaluar mejor posibles riesgos en materia de seguridad y privacidad derivados de la utilización de estas herramientas y a tomar decisiones adecuadas para proteger a la empresa y sus partes interesadas.

Tengamos en cuenta, además, que en unos entornos laborales en los que constantemente vamos a recibir recomendaciones de los algoritmos sobre cómo actuar frente a los problemas o situaciones a las que nos enfrentamos en nuestro trabajo, es fácil que seamos víctimas del llamado efecto Dunning-Kruger, según el cual las personas con habilidades limitadas en un área tienden a sobreestimar su competencia en dicha área mientras que las personas altamente competentes pueden subestimar su habilidad. Este fenómeno puede tener implicaciones significativas en el ámbito laboral, afectando la toma de decisiones, la comunicación y la gestión del desempeño. Aquí, el pensamiento crítico puede ayudarnos a tomar conciencia de nuestro verdadero nivel de conciencia y nuestras limitaciones, aparte de favorecer la humildad intelectual y la orientación al aprendizaje continuo.

La buena noticia es que el pensamiento crítico es una competencia que podemos trabajar. Para empezar, lo primero que tenemos que hacer es apagar el modo “piloto automático” en el que muchas personas y organizaciones funcionamos en nuestro día a día, y tomar conciencia de dónde estamos a través de la autorreflexión, feedback, coaching, etc. Cultivemos la curiosidad, atrevámonos a explorar nuevos territorios, sí, pero tengamos presente que el mundo no lo percibimos tal como es, sino tal como somos. Entendamos que, para poder contemplar los inputs del exterior con una mirada crítica, lo primero es ser conscientes de hasta qué punto nuestros filtros y la historia que llevamos en nuestras mochilas condicionan la manera en que interpretamos esos inputs. Tomarnos tiempo para reflexionar sobre nuestras experiencias laborales y evaluar nuestras fortalezas y debilidades nos ayudará a ajustar nuestras percepciones y a identificar áreas de mejora. Además, buscar el feedback de compañeros de trabajo, jefes o mentores nos proporcionará una perspectiva adicional que puede ser útil para calibrar nuestras habilidades y competencias. Para ello es fundamental practicar la escucha, una habilidad que, junto a la empatía, nos permite entender mejor las perspectivas de los demás, reconocer la diversidad de opiniones y enfoques, considerar diferentes puntos de vista y tomar decisiones mejor informadas y más equilibradas.

En segundo lugar, por mucho que ahora tengamos toda la información del mundo a un clic de distancia, en un entorno en cambio constante la formación continua es esencial para mantenernos al día de las novedades de nuestro campo de especialidad. Necesitamos estar al tanto de las últimas tendencias, desarrollar nuevas habilidades y mejorar nuestra capacidad para abordar desafíos en el trabajo. Estos conocimientos nos ayudarán a detectar si esa recomendación que nos hace el algoritmo “suena raro” y por tanto, más vale que la tomemos con prudencia. La formación continua puede tomar diversas formas, como la participación en cursos, seminarios, talleres, programas de mentoría, la lectura de libros, o el aprendizaje en línea. Pero también aprendemos cuando colaboramos o intercambiamos ideas con otras personas. Trabajar en equipo, colaborar en proyectos interdisciplinarios y participar en eventos que promuevan el intercambio de ideas, nos permite aprender de los conocimientos y experiencias de nuestros colegas, ampliar nuestra perspectiva y enriquecer nuestro enfoque hacia los problemas.

En este sentido, es necesario que hagamos un esfuerzo por abrir nuestra perspectiva más allá de nuestro ámbito de especialidad, tal como propone David Epstein en su libro Range. Epstein argumenta que las personas que tienen una amplia gama de conocimientos y habilidades en diferentes áreas suelen ser más exitosas en la resolución de problemas y en la adaptación a diferentes situaciones, ya que son capaces de conectar ideas y conceptos de diversas disciplinas, y esto les permite innovar y encontrar soluciones creativas a problemas complejos. Por esto también es bueno relacionarnos con personas con puntos de vista distintos a los nuestros, colaborar, exponernos deliberadamente a experiencias diversas, meternos en los sitios “que no toca”. De esta manera nos resultará más fácil plantear nuevas hipótesis y generar soluciones creativas ante problemas complejos que nunca antes se nos habían planteado.

En resumen, en la era de la inteligencia artificial generativa es crucial cultivar habilidades de pensamiento crítico para enfrentar los desafíos y la superficialidad a que nos condena la creciente avalancha de información a la que estamos sometidos. A través de la autorreflexión, la formación continua, la colaboración y la exposición a experiencias diversas, podemos desarrollar nuestras habilidades de pensamiento crítico y abordar de manera efectiva problemas complejos, tomar decisiones informadas y adaptarnos a un entorno en constante cambio.

Pero también es fundamental reconocer que el desarrollo del pensamiento crítico es una responsabilidad compartida entre individuos, empresas, gobiernos e instituciones educativas. Todos estos actores deben colaborar y tomar medidas para fomentar el pensamiento crítico en la sociedad, proporcionando las herramientas, oportunidades y entornos necesarios para cultivar esta competencia.

Una sociedad que valora y fomenta el pensamiento crítico es más resiliente, inclusiva y capaz de enfrentar los desafíos que plantea el mundo actual, desde la desinformación hasta la toma de decisiones en contextos cada vez más complejos e interconectados. Por lo tanto, es esencial que nos esforcemos por desarrollar nuestra capacidad de análisis y juicio crítico, y promovamos una cultura de pensamiento crítico en nuestras organizaciones, comunidades, familias y entre nuestras amistades. De esta manera, estaremos construyendo una sociedad más informada, más reflexiva y mejor preparada para responder a los desafíos que nos plantea esta nueva era en la que estamos entrando.