Cuando los árboles no nos dejan ver el bosque

El caso que plantean los autores no es sino una manifestación de un fenómeno de mucha mayor dimensión. En los últimos años la información ha pasado de ser un recurso escaso a convertirse en un recurso abundante, casi excedente. No hay más que asomarse a Internet. A tan solo unos pocos “clics” de distancia encontramos información sobre clientes, proveedores, mercados, productos, distribuidores, competidores, incluso información que desconocemos sobre nuestros propios empleados. Solo hay que saber dónde hacer “clic”.
Esta nueva realidad exige un cambio en la forma de trabajar de las empresas, en la mentalidad de sus directivos y, en definitiva, en la cultura de las organizaciones. En un mundo de “alta resolución” las empresas se ven obligadas a ser más transparentes. No les queda más remedio. Las reglas del juego han cambiado. De poco sirve intentar ocultar la realidad. Controlar los flujos de información es cada vez más complicado, si es que todavía es posible. La verdad está ahí fuera, y a niveles de detalle que no sospechamos. Ya hemos comentado en alguna entrada anterior como el fenómeno “blog” está contribuyendo en gran medida a esta situación.
El verdadero desafío es cómo manejarse en este maremagno. Disponer de más datos, tener acceso a un nivel de detalle antes fuera de nuestro alcance, no facilita necesariamente el proceso de toma de decisiones. Al contrario, si no sabemos como gestionarlo de forma eficiente podemos atascarnos en el análisis, perder el tiempo en cuestiones no relevantes, y acabar sepultados bajo una montaña de información. Las herramientas informáticas pueden ser de ayuda, pero lo principal, más que nunca, es que los directivos tengan criterio para distinguir lo principal de lo accesorio, separar lo importante de lo que no lo es tanto, las fuentes fiables de las que no lo son.
Cualquier organización que se plantee implantar una “gestión de alta resolución” debe empezar por decidir dónde quiere enfocarse, cuáles son los indicadores de gestión relevantes teniendo en cuenta la situación de la empresa. Lo primero es lo primero y el diseño del cuadro de mando debe dejar claro cuáles son las prioridades del negocio. Demasiados indicadores pueden inducir a confusión y en vez de guiarnos, desviarnos de nuestros objetivos.
En otro orden de cosas, en el mundo de la alta resolución los gestores deberán evitar la tentación de centralizar en exceso el proceso de toma de decisiones con la excusa de que ahora es posible acceder, desde la central, a los más mínimos detalles del negocio. El principio de que las decisiones es mejor tomarlas lo más cerca posible de donde suceden los problemas sigue siendo válido en este nuevo escenario. En el mundo de la empresa las decisiones no se pueden tomar aisladas de su contexto. Hay muchos elementos como relaciones, emociones, valores, etc. que juegan un papel relevante y, hoy por hoy, difícilmente pueden transmitirse por medio de microchips. Ahora bien, esto no quiere decir que las empresas no deban practicar cambios en sus organizaciones a consecuencia de la implantación de la “alta resolución”. Muy al contrario, es una ocasión que ni pintada para cuestionarse el valor de gran parte del “reporting” que se genera en la empresa o la existencia de cadenas de mando excesivamente largas y, consiguientemente, reducir la burocracia o aplanar los organigramas.
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