16 noviembre 2014

Oficinas abiertas: ¿un viaje de ida y vuelta?

por Santi Garcia

Desde mi punto de vista con las «oficinas abiertas» sucede lo que sucede con muchas otras prácticas de “management”.  A menudo las empresas se deciden por estos espacios diáfanos por moda o imitación, sin reflexionar suficientemente sobre cuál es la alternativa que mejor se ajusta a sus necesidades. Otras veces son un ejemplo más de ese “café para todos” al que tan aficionados son algunos dirigentes empresariales.

Todo sea dicho, hay que reconocer que las oficinas abiertas son una solución atractiva. Aparte de transmitir una imagen más moderna y transparente, permiten, en general, un mejor aprovechamiento del espacio, con lo que se necesitan menos metros cuadrados por empleado. Además, si los jefes son del tipo “controlador” consiguen que nada ni nadie se escape de su mirada.

Bromas aparte, los espacios de trabajo abiertos tienen ventajas claras: la proximidad física favorece los flujos de información, la colaboración lateral, las conversaciones casuales de las que con frecuencia surgen nuevas ideas, el desarrollo de relaciones interpersonales y un ambiente de camaradería.

Pero también es cierto que tienen sus contras: varios estudios demuestran que a menudo estos cambios en la distribución y separación de los espacios derivan en lugares de trabajo más ruidosos, donde a las personas les resulta más difícil concentrarse, sufren más interrupciones y, en último término son menos productivas.  A esto se unen otros estudios que ponen en evidencia que en las oficinas abiertas la gente se pone más enferma que si se usan despachos cerrados, ya que es más fácil que los compañeros se contagien entre ellos.

Una alternativa son los denominados «activity-based workplaces«. Espacios de trabajo diseñados a partir de las actividades concretas que realizan a lo largo del día las personas que los ocupan en un contexto, como es la economía del conocimiento, donde es frecuente que, durante su jornada, las personas desarrollen diversas actividades que se llevan a cabo mejor en distintos tipos de espacio. Por ejemplo, el mejor lugar para hacer una tormenta de ideas no es el mismo que el que se necesita para concentrarse en la resolución de un problema, como tampoco el más adecuado para mantener una videoconferencia sobre un tema sensible es el que mejor nos puede inspirar una presentación a un cliente.

A lo anterior se añade que hay evidencias de que los trabajadores que pueden elegir su lugar de trabajo están más satisfechos y consiguen ser más productivos.

Por tanto, lo ideal sería que las organizaciones pusieran diferentes espacios a disposición de sus colaboradores, y que estos pudieran decidir donde trabajar en función de la actividad que tengan que hacer en cada momento. Como también sería conveniente que en el diseño de sus oficinas reconocieran otras tendencias, como el hecho de que cada día más personas realizan al menos una parte de su trabajo desde casa, o que cada vez más empresas deciden abrir sus espacios de trabajo a profesionales externos.

Imagen Guillaume Delinte bajo licencia Creative Commons