Escribe Alfons Cornella en Infonomía sobre innovación y gestión del “día a día”. Su tesis es que no innovamos más porque no dedicamos el tiempo de nuestra mejor gente a pensar en el futuro sino a gestionar lo cotidiano. Según él, el problema reside en que las empresas no somos conscientes de la verdadera importancia de la innovación y, en consecuencia, no sentimos la necesidad de replantearnos nuestra forma de trabajar para liberar tiempo de ese “día a día” y dedicarlo a innovar.
La reflexión de Cornella es especialmente oportuna teniendo en cuenta que acaba de publicarse la quinta edición del EIS (European Innovation Scoreboard), un instrumento desarrollado por la Unión Europea para comparar el estado de la innovación en los diferentes países miembros. Resulta muy triste ver a España, junto a Estonia, Bulgaria, Rumanía, Eslovaquia y Turquía, dentro de la categoría de países que se están quedando rezagados en materia de innovación. Si en 2004 nuestro país ocupaba el puesto 19 entre 31 países analizados, este año estamos en el 21.
El SII (Summary Innovation Index), es un índice que se obtiene a partir de la valoración de una serie indicadores que reflejan las distintas dimensiones de la innovación: las condiciones estructurales necesarias para que un país tenga potencial para la innovación (Innovation drivers), las inversiones en I+D (Knowledge creation), los esfuerzos realizados por las empresas en materia de innovación (Innovation & entrepreneurship), la aplicación de la innovación en terminos de empleo, actividad y valor añadido en sectores considerados innovadores (Application), y los resultados de esa innovación en términos de propiedad intelectual (Intellectual property). El SII de España está ya 29 puntos por debajo de la media europea, algo que debería darnos que pensar.
En lo positivo España destaca por ser uno de los países con mayor número de graduados universitarios y por el alto número de nuevas marcas registradas. Somos, además, el país en el que las empresas adoptan las nuevas ideas y tecnologías más rápidamente. Sin embargo, estamos a la cola en cuanto a innovación creativa, tal y como demuestra el número de patentes.
En el análisis por sectores me llama la atención que seamos uno de los países que menos innova en servicios, precisamente el sector donde, según la opinión de muchos, reside el futuro de nuestra economía. Ciertas cifras resultan especialmente preocupantes: nuestras exportaciones de productos de alta tecnología suponen tan solo el 33% de la media europea; el nivel de colaboración entre pequeñas y medianas empresas innovadoras es apenas el 38% de la media UE; la inversión de las empresas en I+D, aunque crece, se queda en el 45% de la media y el capital-riesgo disponible para proyectos de innovación en el 46%. Por desgracia también destaca la baja participación de nuestros profesionales en programas de formación continuada.
En los últimos años las administraciones parecen haber comprendido la gravedad de la situación y han empezado a dar pasos decididos para apoyar la difusión de la innovación y el desarrollo de las capacidades necesarias para que ésta se produzca. Ahora son las empresas las que deben reflexionar y tomar conciencia de la importancia estratégica de la innovación en un mercado dinámico y globalizado como el que nos toca vivir. Hoy la innovación ya no es una alternativa sino una cuestión de supervivencia. Cuando nos preguntemos por qué no innovamos siempre podemos echarle la culpa al “día a día”, pero tengamos presente que en el escenario actual resulta más cierto que nunca aquelllo de “camarón que se duerme…”
Imagen Dennis Skley bajo licencia Creative Commons