13 enero 2021

La conciliación no tiene que ver (solo) con las horas que trabajamos

por Santi Garcia

La conciliación de la vida laboral, familiar y personal (work-life balance) ocupa desde hace años un lugar destacado en la agenda social de los gobiernos y para muchas empresas es una de sus prioridades en materia de gestión de personas.

Ha sido definida como “una estrategia que facilita la consecución de la igualdad efectiva de mujeres y hombres y que se dirige a conseguir una nueva organización del sistema social y económico donde mujeres y hombres puedan hacer compatibles las diferentes facetas de su vida: el empleo, la familia, el ocio y el tiempo personal.”

En los últimos años hemos visto avances significativos en esa dirección. Cada vez más empresas flexibilizan los horarios de entrada y salida de sus trabajadores, les conceden permisos para asuntos personales, reducciones de jornada, jornadas intensivas en verano, la posibilidad de trabajar algunos días desde su domicilio, etc.

En paralelo, gobiernos y administraciones impulsan medidas de sensibilización y concienciación y otras de naturaleza normativa, entre las que cabe destacar el alargamiento de los permisos de paternidad o el artículo 34 del Real Decreto-ley 6/2019 en el que se establece la “jornada a la carta”:

“Las personas trabajadoras tienen derecho a solicitar las adaptaciones de la duración y distribución de la jornada de trabajo, en la ordenación del tiempo de trabajo y en la forma de prestación, incluida la prestación de su trabajo a distancia, para hacer efectivo su derecho a la conciliación de la vida familiar y laboral”.

Impulsar la conciliación de la vida laboral, familiar y personal es también uno de los objetivos de la reciente enmienda de Más País-Equo a los presupuestos generales del Estado en la que solicitaban una partida de 50 millones de euros para llevar a cabo una prueba piloto de una jornada de cuatro días. Una rebaja en la jornada que la formación se abría a que pudiese consistir en 32 horas repartidas en cinco días tras las críticas de algunos sectores feministas que consideran que jornadas más cortas favorecen más la conciliación.

En resumen, iniciativas no faltan, pero, en general, es como si la conciliación de la vida laboral, familiar y personal fuese principalmente una cuestión de cómo el tiempo que dedicamos al trabajo interfiere en otras facetas de nuestras vidas.

Sin embargo, una reciente investigación de los profesores Ángel Alonso-Domínguez y Cecilia Díaz-Méndez, de la Universidad de Oviedo, y Javier Callejo, de la UNED, sugiere que algunas de las carencias en materia de conciliación que sufrimos en nuestro país pueden deberse no tanto a cuánto tiempo trabajamos, o como repartimos nuestro tiempo de trabajo a lo largo de la jornada, como a una serie de costumbres y hábitos sociales profundamente enraizados en nuestra cultura.

Para su estudio estos académicos han utilizado los datos de la última iteración de la Encuesta de Empleo del Tiempo (EET) del Instituto Nacional de Estadística. Son datos del período 2009-2010, pero, en cualquier caso, se trata de un instrumento estadístico muy valioso ya que captura información sobre las actividades que la población adulta de entre 16 y 64 años realiza a lo largo de las 24 horas del día en períodos de diez minutos. De esta manera, los datos proporcionan una excelente imagen de cómo se distribuye realmente el tiempo de trabajo y las interferencias que se producen en otras actividades diarias.

Aprovechando estos datos, y con el objetivo de responder a la pregunta de si el tipo de jornada laboral (continua o partida) es un factor determinante para la conciliación, los profesores Alonso-Domínguez, Díaz-Méndez y Callejo han analizado dos áreas de conflicto: por un lado, la relación entre el tipo de jornada laboral y cómo se reparten las tareas domésticas y de cuidado, es decir, el equilibrio entre trabajo remunerado y no remunerado; por otro lado, la relación entre el tipo de jornada laboral y el horario de las comidas que hacemos durante el día.

Un primer descubrimiento tiene que ver con las diferencias entre las jornadas laborales de hombres y mujeres. En España los trabajadores con jornada continua son mayoría, pero este tipo de jornada es más frecuente entre las mujeres (64,6%) que entre los hombres (49,1%). Sin embargo, esta diferencia se debe principalmente al elevado número de mujeres que trabajan a tiempo parcial con jornada continua (18,7%), ya que si atendemos únicamente al porcentaje de personas que trabajan a tiempo completo con jornada continua las diferencias entre hombres (45,7%) y mujeres (45,9%) se difuminan. En cambio, donde sí se detecta una diferencia significativa es entre el porcentaje de hombres (49,9%) y de mujeres (31,3%) que trabajan a tiempo completo con jornada partida.

Por lo que respecta a los horarios, los datos del INE revelan que la tasa de actividad laboral alcanza su máximo entre las 08:00 y las 13:00. A partir de esta hora la actividad cae, aunque este descenso es más intenso y tardío en el caso de las mujeres (las mujeres dejan de trabajar alrededor de las 15:20 y los hombres alrededor de las 14:30). Por la tarde se observa un segundo pico de actividad entre las 16:00 y las 18:00, una franja en la que más de un tercio de los hombres, pero solo la cuarta parte de las mujeres, están trabajando. A partir de esa hora la tasa de actividad de hombres y mujeres vuelve a caer, superponiéndose a partir de las 20:00, hora en la que para la mayoría ya ha terminado su jornada laboral.

Respecto a las tareas domésticas y de cuidado, es decir, el trabajo no remunerado, la Encuesta de Empleo del Tiempo nos descubre que las personas ocupadas se dedican a este tipo de actividades principalmente entre las 16:30 y las 20:30, con un segundo pico de menor intensidad por la mañana entre las 10:30 y las 13:30. Por tanto, dado que las tareas domésticas y de cuidado se concentran en esas dos franjas horarias, podríamos pensar que una jornada laboral continua favorece más la conciliación que el modelo de jornada partida, en el que las personas deben volver a sus trabajos después del almuerzo y, en consecuencia, posponen ese tipo de actividades hasta el momento en que regresan a sus hogares por la tarde tras concluir su jornada laboral.

Siguiendo este argumento podríamos concluir que fomentando la jornada continua (o el trabajo a tiempo parcial) entre los hombres podríamos favorecer una mayor participación de estos en las tareas domésticas y de cuidado.

Sin embargo, aunque es cierto que los hombres con jornada continua realizan más labores domésticas que los hombres con jornada partida, y que el trabajo a tiempo parcial, casi exclusivamente femenino, facilita que las responsabilidades domésticas recaiga más sobre las mujeres, los datos del Instituto Nacional de Estadística evidencian que las mujeres ocupadas, tanto las que tienen jornada continua como las que tienen jornada partida, realizan más tareas domésticas y de cuidado que los hombres con el mismo tipo de jornada. De hecho, los datos muestran que la actividad doméstica de las mujeres es más intensa que la de los hombres incluso antes del comienzo de la jornada laboral, independientemente de que trabajen a jornada continua (en cuyo caso las tareas domésticas las realizan antes de las 08:00) o a jornada partida (en cuyo caso las tareas domésticas las realizan antes de las 09:00).

Es decir, las mujeres están en casa más tiempo que los hombres y en ese tiempo asumen las tareas del hogar, pero también se involucran en más actividades domésticas cuando tienen horarios de trabajo similares a los de los hombres. Así que ¿hasta qué punto la generalización de la jornada continuada, o del trabajo a tiempo parcial, pueden verse como una posible solución a la desproporcionada participación de las mujeres en las tareas domésticas y de cuidado?

La conclusión a la que llegan los autores del estudio es que el hecho de que las mujeres ocupadas dediquen más tiempo a las tareas del hogar no se puede explicar únicamente por su mayor presencia en el hogar, como han afirmado algunos estudios anteriores sobre el tema. Por el contrario, los datos sugieren que el principal motivo de esa diferencia son una serie de estereotipos de género y otras barreras culturales que impiden avanzar en la corresponsabilidad del trabajo doméstico y que son los principales obstáculos para la efectividad de las medidas empresariales y gubernamentales orientadas a promover la conciliación.

Aunque de signo contrario, un ejemplo de lo que pesan la cultura y las costumbres sociales en la conciliación entre trabajo y vida personal y familiar lo encontramos en como los trabajadores españoles han logrado integrar la costumbre de una comida al mediodía larga y en compañía en los diferentes modelos de jornada. Ya regresen a su hogar para comer, o lo hagan en cafés o restaurantes, la mayoría de los trabajadores españoles siguen el patrón tradicional de una comida a mediodía tardía, larga y en compañía, diferente del predominante en el norte de Europa. Es verdad que los picos son algo mayores para los hombres que para las mujeres, pero las horas de comida no muestran diferencias de género. Este horario compartido sugiere que existe un ajuste entre las horas de comida y el horario de trabajo en busca de un equilibrio en las comidas que permita a los trabajadores seguir patrones alimentarios típicos españoles, comer juntos y, en la medida de lo posible, en su casa. En otras palabras, los diferentes modelos de jornada no parecen obstaculizar sustancialmente que hombres y mujeres puedan disfrutar de sus comidas.

Por tanto, si los distintos modelos de jornada laboral no impiden que hombres y mujeres encontremos tiempo a lo largo del día para disfrutar, en muchos casos juntos, de dos comidas principales conforme al estándar tradicional español de comida larga y en compañía, ¿tiene sentido pensar que los hombres españoles no asumimos una mayor participación en las labores domésticas y de cuidado porque nuestros horarios laborales nos lo dificultan o será que, consciente o inconscientemente, tenemos menos interés en encontrar tiempo para este tipo de actividades que en hacer hueco para una buena comida (o para otros asuntos personales)?

Porque otro argumento a favor de esta hipótesis son las diferencias que existen entre el tiempo que hombres y mujeres dedican a lo largo del día a actividades sociales y de ocio. En general, los hombres comienzan sus actividades de ocio antes que las mujeres y el nivel de compromiso con este tipo de actividades a lo largo del día es mayor entre ellos. La única excepción se da durante las horas que coinciden con las comidas típicas españolas, donde los patrones de hombres y mujeres se sincronizan, y en las horas posteriores a las comidas (16:00 – 17:00) en las que la actividad de ocio de las mujeres alcanza un nivel superior al de los hombres. A partir de entonces los varones vuelven a tomar la delantera, la brecha se amplía y los patrones no se igualan hasta aproximadamente las 23:30, cuando cesan las actividades de ocio tanto para mujeres como para hombres.

Por supuesto, habrá quien dirá que estos datos son antiguos, que muchas cosas han cambiado en nuestro país en los últimos diez años, desde que el Instituto Nacional de Estadística elaboró esta Encuesta de Empleo del Tiempo. Yo sin embargo creo que, cuando menos, deberíamos tomarlos en consideración.

Referencia

Alonso-Domínguez, Á., Callejo, J., & Díaz-Méndez, C. (2020). How the type of working day affects work–life balance and mealtime balance: A study based on the time use survey. Time & Society 29(4):1082-1103