30 noviembre 2020

Señales…

por Santi Garcia

Comparto este artículo que he escrito para el número de noviembre de Capital Humano:

SEÑALES DEL FUTURO DEL TRABAJO

Como cada seis meses, me asomo a este espacio en Capital Humano para compartir con vosotros una selección de noticias que nos dan pistas sobre hacia donde se dirige el mundo del trabajo y las prácticas de gestión de personas de las organizaciones. Sin embargo, a diferencia de números anteriores, esta vez el artículo tiene un carácter monográfico. Lo que tienen en común todas las noticias que encontraréis a continuación es que nos revelan hasta qué punto esta crisis inesperada –que no inesperable– está acelerando varias tendencias del futuro del trabajo y variando la trayectoria de otras.

¿Os acordáis de cómo empezó todo? 

A principios de año ya se hablaba del coronavirus en los medios, pero era algo que nos quedaba muy lejos. Todavía se le conocía como “el virus de Wuhan”. Desde la perspectiva del mundo del trabajo nos preocupaba, sobre todo, el impacto que podía tener en nuestra economía y en el empleo la ralentización de la economía china como consecuencia de esta nueva enfermedad. También observábamos con curiosidad lo que diferentes medios calificaban como “el mayor experimento de teletrabajo de la historia”, pero eso era todo. 

Fue en febrero cuando tomamos conciencia del poder disruptivo que una epidemia de estas características podía tener para sectores enteros de la economía, y de lo interconectado e imprevisible que era el mundo que nos había tocado vivir, a medida que empezamos a sufrir en primera persona algunas consecuencias. Se suspendían conferencias, congresos y ferias, entre las que cabe destacar el Mobile World Congress de Barcelona, cuya suspensión, por cierto, fue objeto de duras críticas por parte de instituciones y medios que en aquel momento consideraban esa decisión consecuencia de “un alarmismo poco justificado”. Algunas empresas detenían su producción por falta de componentes procedentes de China y se presentaban los primeros expedientes de regulación de empleo derivados de esta crisis, antes de que ERTE se convirtiese en candidata para palabra del año. En paralelo, muchas compañías limitaban los viajes de sus trabajadores, al tiempo que trataban de dar respuesta a la desconfianza que algunos de sus empleados mostraban hacia sus compañeros que habían visitado zonas de riesgo. 

Sin embargo, fue en marzo cuando la Covid nos pegó de lleno. El día 11 la Organización Mundial de la Salud elevó la enfermedad a categoría de pandemia y a los pocos días se decretaba en España el estado de alarma.

Desde esa fecha, muchas cosas han cambiado en el mercado de trabajo y en la vida de millones de trabajadores en todo el mundo. Ya no éramos espectadores del “mayor experimento de teletrabajo de la historia”, sino sus protagonistas. Quienes estábamos acostumbrados a trabajar en remoto descubrimos como cambiaba el panorama cuando el teletrabajo era la única opción, teníamos que compartir espacio (y wi-fi) con el resto de nuestra familia y, además, debíamos compaginar nuestra actividad profesional con atender a unos niños que llevaban días sin ir al colegio ni salir a la calle. Aunque no podíamos quejarnos. De la noche a la mañana cientos de miles de personas se quedaron sin empleo, a las que había que sumar los más de dos millones que se vieron afectadas por alguno de los miles de expedientes de regulación temporal de empleo que presentaron las empresas españolas desde la declaración del estado de alarma. Tampoco podíamos olvidarnos de otros colectivos menos favorecidos, como los autónomos, que veían como su facturación se reducía (en muchos casos a cero) de un día para otro, o los cientos de miles de empleadas de hogar que todavía trabajan en nuestro país sin estar dadas de alta en la Seguridad Social y, en consecuencia, no tenían derecho a la prestación que aprobaba el Gobierno para sus compañeras que sí cotizaban.

La salud es lo primero

Para muchas de las personas que podían (y debían) continuar trabajando de manera presencial, porque se dedicaban a alguna actividad calificada como “esencial”, el panorama tampoco era muy alentador, particularmente para los profesionales del sector sanitario y los servicios asistenciales. Las UCI se saturaban mientras médicos, enfermeros y personal auxiliar tenían que soportar elevadas cargas de trabajo y turnos interminables. Para hacer frente a esta situación se levantaron nuevas infraestructuras en tiempo record, como el famoso hospital de IFEMA, en Madrid, pero seguía sin haber suficientes profesionales sanitarios para atenderlas. Ante esta situación, el Ministerio de Sanidad anunciaba un plan para incorporar a más de 30.000 médicos y enfermeros, entre residentes, estudiantes de los últimos cursos y residentes sin plaza, al tiempo que hacía una llamada a los profesionales que se habían jubilado los últimos años para que volviesen a primera fila. Aun así, las necesidades no acababan de cubrirse, en gran parte debido al elevado número de profesionales sanitarios que contrajeron la enfermedad durante las primeras semanas de la crisis, principalmente (y esto es lo más triste) por no disponer de los mínimos equipos de protección individual exigibles en un trabajo como el que estaban realizando.

(Sobre este tema de los riesgos laborales que han sufrido estos profesionales durante estos meses os invito a leer el artículo Factors Associated With Mental Health Outcomes Among Health Care Workers Exposed to Coronavirus Disease 2019 publicado en el Journal of the American Medical Association Network Open, que deja en evidencia las cargas psicológicas que están sufriendo en China médicos y enfermeros, en particular las mujeres, después de la pandemia. En concreto, el 71% reporta angustia, el 50% depresión, el 44% ansiedad y el 34% declara sufrir insomnio.)

Dentro del ámbito de la salud laboral, también debemos señalar los problemas musculoesqueléticos que sufrieron muchas personas a consecuencia de las largas horas ante sus ordenadores portátiles, el sedentarismo y los espacios laborales improvisados. Cuando los ‘fisios’ pudieron abrir sus consultas al final de la primavera se encontraron con filas de pacientes que empezaban a pagar el precio de dos meses trabajando en espacios inadecuados con equipos inadecuados, y de una vida mucho más sedentaria que cuando iban a la oficina. El resultado: tendinitis en los antebrazos y sobrecargas en hombros y espalda. Unas patologías a las que se sumaba el estado de estrés y ansiedad que la crisis y el confinamiento estaban causando a muchas de esas personas.

El teletrabajo se normaliza

En cualquier caso, lo importante es que aprendamos de esta experiencia, porque todo indica que, a pesar de los inconvenientes, la proporción de personas que trabajarán a distancia una vez superemos la pandemia será significativamente mayor que la que observábamos hace un año. 

Varios motivos contribuyen a ello. Por un lado, muchas empresas han visto como durante estos meses la productividad de sus trabajadores no solo no descendía, sino que en algunos casos aumentaba. Por otro lado, la pandemia sigue estando ahí, el riesgo de contagio sigue estando presente, y mucha gente tiene miedo de volver a la oficina. A esto hay que sumar que bastantes personas le han cogido el gusto al teletrabajo. 

En este sentido, son reveladoras las conclusiones de un estudio que llevó a cabo a mediados de julio AlphaWise, la unidad de estudios de Morgan Stanley. La gran mayoría (82%) de los más de 4.300 trabajadores encuestados que habían trabajado desde casa durante el confinamiento dijeron que les gustaría continuar trabajando a distancia, aunque a la mayoría lo que más les gustaría sería poder repartir su actividad laboral entre la oficina y su hogar, trabajando uno o dos días a la semana de forma remota. De hecho, aunque los encuestados aún no tenían claro qué políticas de trabajo remoto acabarán implantando sus empleadores cuando pase la pandemia, el 82% esperaba que les permitirán quedarse en casa entre uno y dos días a la semana. Una proporción que, en el caso de España, puede estar condicionada por el recientemente publicado RDL 28/2020, de trabajo a distancia, que deja fuera de su alcance el trabajo remoto que no llegue al 30% de la jornada del trabajador en un período de referencia de tres meses.

Por el momento, muchas empresas han dado a sus empleados la posibilidad de seguir trabajando desde sus hogares tras reabrir sus oficinas, en muchos casos por tiempo indefinido. Y no solo pure-players digitales. Por ejemplo, en la City de Londres, Carlyle, una de las mayores firmas de inversión del mundo, y Schroders, la mayor gestora de fondos del Reino Unido, también han apostado por esta vía. 

Ojo con las brechas

Entre los problemas que el confinamiento ha dejado en evidencia, uno a destacar es la brecha digital. Este problema es el motivo de que, tras la declaración del estado de alarma, un número importante de menores en edad escolar tuviesen dificultades para seguir con sus estudios, y de que muchas personas mayores se encontrasen todavía más aisladas a consecuencia de la falta de infraestructura, herramientas o conocimientos digitales. 

A través del Instituto Nacional de Estadística conocíamos que un 10% de los niños entre 10 y 15 años nunca usa un ordenador, mientras que la encuesta europea ‘ICT in Education’ nos revelaba que menos de la mitad de los estudiantes españoles de secundaria usa el ordenador con fines educativos. A esto hay que sumar que un 40% de los jóvenes no va más allá de unas habilidades digitales básicas, y que uno de cada seis no posee ninguna competencia relacionada con la informática. Una situación que todavía es peor en el caso de los sénior. Resulta demoledor, por ejemplo, que un 41% de las personas con edades comprendidas entre los 65 y los 74 años no disponga de ninguna competencia informática y queno llegue a un 30% el porcentaje de personas en esa franja de edad capaces de hacer una videollamada.

En cualquier caso, la cuestión de fondo es que en estos meses ha quedado en evidencia que hay algunos colectivos que sufren más que otros las consecuencias de las crisis. Por ejemplo, los inmigrantes. En muchos lugares tienen los trabajos más precarios y son los primeros en perder sus empleos, con lo que muchos de ellos deciden volver a sus países, o regiones de origen para estar con sus familias en estos momentos difíciles. Esto ha sido particularmente evidente en países en los que los trabajadores extranjeros representan una proporción importante de sus fuerzas de trabajo, como en los países del Golfo Pérsico, pero también ha afectado a países europeos, y a otros como India, donde se estima que hasta el 30% de los trabajadores migrantes en las ciudades han regresado a sus zonas rurales de origen. Este fenómeno ha provocado respuestas interesantes en algunos países, como la campaña ‘brazos para tu plato’ que pusieron en marcha en Francia el ministerio de agricultura y el principal sindicato agrícola de ese país, y que era una llamada a los trabajadores franceses que a consecuencia de esta crisis se habían quedado sin empleo (aunque fuese temporalmente) para que se trasladasen al campo a ayudar en la recolección de unas cosechas que corrían peligro ante la ausencia de temporeros extranjeros.

Las mujeres son otro colectivo particularmente vulnerable frente a las consecuencias de la crisis. En julio leíamos el informe de McKinsey & Co. COVID-19 and gender equality: Countering the regressive effects que examina el impacto negativo que la pandemia estaba teniendo sobre la igualdad de género en el ámbito laboral. Según los cálculos de esta firma de consultoría, aunque las mujeres solo representan el 39% del empleo mundial, ya suponen el 54% de los puestos de trabajo que se han perdido por la crisis. Entre las causas de esta diferencia, una de las principales es que la pandemia está aumentando significativamente la carga de los cuidados no remunerados (hijos, mayores, personas con discapacidades), una labor que las mujeres tienden a asumir de manera desproporcionada, independientemente de que mujeres y hombres trabajan en diferentes sectores que se han visto afectados de distinta manera por la pandemia. Respecto a las consecuencias para la economía, el informe estima que, en un escenario regresivo en materia de igualdad de género en el que no se tomen medidas para contrarrestar estos efectos, el crecimiento del PIB mundial podría ser en 2030 un billón de dólares inferior de lo que sería si el desempleo de las mujeres simplemente aumentara en la misma proporción que el de los hombres.

Y tampoco podemos olvidarnos de los jóvenes, que han visto como en muchas ocasiones eran los primeros en quedarse sin trabajo, mientras que muchas empresas posponían o cancelaban las contrataciones de estudiantes y jóvenes graduados. Además, como la educación y la formación técnica y profesional, así como la capacitación en el puesto de trabajo, se han visto afectadas de forma muy adversa por la pandemia, esto también puede acabar mermando las oportunidades profesionales y los ingresos de los jóvenes en el futuro. Sobre esta cuestión, vale la pena recordar el artículo de Daniel Fernández-Kranz y Núria Rodríguez-Planas The Perfect Storm: Graduating during a Recession in a Segmented Labor Market  (2017) en el que demuestran como los jóvenes que acceden al mercado de trabajo durante una recesión arrastran las consecuencias negativas de esta circunstancia varios años después de graduarse, un fenómeno que se agrava en mercados de trabajo, como el español, caracterizados por una elevada rigidez salarial y una marcada dualidad entre trabajadores indefinidos y trabajadores temporales (entre los que predominan los jóvenes).

¿Luz al final del túnel?

No obstante, a pesar de este panorama en principio tan desalentador, los últimos meses también nos han traído noticias que nos aportan una luz de esperanza. Por ejemplo, nos pareció encomiable la decisión de varias grandes empresas españolas de mantener el empleo (y los ingresos) de sus trabajadores más allá de lo que eran sus obligaciones legales, en un ejercicio de responsabilidad social que creemos merece ser reconocido. 

También cabe destacar alguna iniciativa gubernamental, como el Plan para la Formación Profesional, el Crecimiento Económico y Social y la Empleabilidad, que nace con el objetivo de “poner en marcha un nuevo sistema único de Formación Profesional, eficaz y eficiente, que garantice la actualización permanente a lo largo de la vida de los estudiantes y la población activa”. El plan contempla una inversión de 1.500 millones de euros a lo largo de cuatro añosen una batería de medidas, entre las que merece la pena destacar “la generalización de los procedimientos de reconocimiento y acreditación de la competencia profesional de la población activa, en particular de las personas expulsadas del mercado laboral durante esta crisis”. Además, para facilitar el reciclaje profesional de las personas afectadas por la crisis Covid se pondrán en marcha programas de FP “flexibles y adaptados a las circunstancias excepcionales, que complementen las competencias acreditadas”. Asimismo, se ofrecerán nuevas titulaciones en materias como ciberseguridad, videojuegos, fabricación aditiva 3D, materiales compuestos y vehículos eléctricos, al tiempo que se busca la racionalización y el redimensionamiento de la actual oferta de cursos y la creación de un catálogo de oferta modular, y se potenciará la colaboración público-privada, ofertando cursos “a la carta” para las empresas, entre otras líneas de actuación.

Para acabar, en relación con esta necesidad de reciclaje profesional que experimentan muchos trabajadores, también nos resulta esperanzadora la decisión de Google de entrar en el ámbito de la formación a través de los denominados Google Career Certificates, una selección de cursos profesionales que enseñan conocimientos y habilidades que pueden ayudar a quienes buscan empleo a encontrar un trabajo en poco tiempo. A diferencia de un título universitario tradicional, que los estudiantes tardan años en conseguir, estos cursos están diseñados para ser completados en unos seis meses, costarán una fracción de lo que cuesta la educación universitaria tradicional, y preparan a los estudiantes para encontrar trabajo de inmediato en campos profesionales bien remunerados y de alto crecimiento como analista de datos, jefe de proyecto o diseñador de experiencia de usuario. Por si esto no fuera suficiente, Google ha anunciado que financiará 100.000 becas en apoyo de los nuevos programas. 

Seguiremos atentos a lo que sucede en los próximos meses.

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