25 abril 2025

El legado del papa Francisco para el mundo del trabajo

por Santi Garcia

Tras el fallecimiento esta semana del papa Francisco, creo que merece la pena reflexionar sobre su profundo legado en materia de trabajo y justicia social. En un momento en que el futuro del trabajo se enfrenta a desafíos como la automatización, la precarización y la desigualdad, siento que sus enseñanzas sociales pueden ofrecernos una brújula ética en un entorno turbulento. 

Justicia social y trabajo digno

A lo largo de su pontificado, Francisco colocó la justicia social y el trabajo digno en el centro de su mensaje. En su encíclica Laudato si’ (2015) –conocida principalmente por su alegato en favor de una acción mundial rápida y unificada para combatir la degradación ambiental y el cambio climático– subrayó la “necesidad de preservar el trabajo” como parte de una ecología integral, insistiendo en la importancia de “incorporar el valor del trabajo” en cualquier planteamiento que busque el bien de las personas y del planeta. Para Francisco, el trabajo no era meramente una fuente de ingresos, sino un pilar de la dignidad humana y de la vida en comunidad.

Esta convicción también quedó plasmada con fuerza en Fratelli tutti (2020), donde afirmó rotundamente que “el gran tema es el trabajo”. El Papa sostenía que la mejor vía para superar la pobreza es asegurar a cada persona la oportunidad de trabajar y desarrollar sus capacidades, permitiéndoles una vida digna a través del trabajo, en lugar de depender solo de asistencialismo. De hecho, Francisco advertía que “no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo”, y subrayaba que en una sociedad verdaderamente desarrollada, el empleo digno para todos no es opcional, sino “una dimensión irrenunciable de la vida social”.

Asimismo, Francisco denunció con frecuencia las estructuras económicas injustas. Rechazó la “cultura del descarte”, que definía como “una cultura de exclusión a todo aquel y aquello que no esté en capacidad de producir según los términos que el liberalismo económico exagerado ha instaurado”, y criticó la fe ciega en el mercado cuando no va acompañada de equidad. En este sentido, tampoco confiaba en la teoría del “derrame” (trickle down) neoliberal, según la cual los beneficios concedidos a los más pudientes favorecen a toda la sociedad y se “derraman” hasta alcanzar a los pobres, urgiendo a adoptar políticas económicas activas que generen empleo en lugar de reducirlo. Para él, la justicia social exigía poner a la persona y su dignidad en el centro del sistema, por encima de la lógica del lucro a cualquier precio.

Sindicalismo y defensa de los trabajadores

Otra pieza clave del legado de Francisco es su reivindicación del sindicalismo y la organización de los trabajadores. Convencido de que “no hay trabajadores libres sin sindicato”, Francisco veía a los sindicatos como actores indispensables para una sociedad justa. En diversas ocasiones abrió las puertas del Vaticano a movimientos sindicales y les expresó su apoyo. Según Francisco, “los sindicatos son expresión del perfil profético de la sociedad… dan voz a los que no la tienen… desenmascaran a los poderosos que pisotean los derechos de los trabajadores más vulnerables”. Aunque también criticó duramente, tal como hizo en la 109 Conferencia Internacional del Trabajo en junio de 2021, la corrupción que a veces convierte a los sindicatos en “pseudopatrones” y los aleja del pueblo.

Fiel a la tradición de la Doctrina Social de la Iglesia, Francisco defendió que el trabajo debe tener prioridad sobre el capital. En una carta de 2017 recordó que “el trabajo no puede considerarse como una mercancía ni un mero instrumento en la cadena productiva”, sino que tiene preferencia sobre cualquier otro factor de producción, incluido el capital. Por ello, existe un “imperativo ético de preservar las fuentes de trabajo… y garantizar la dignidad” del trabajador. 

Economía popular e inclusión de los excluidos

El legado social de Francisco también se manifiesta en su apuesta por la economía popular y la inclusión de quienes quedan al margen del empleo formal. El Papa amplió la mirada más allá de los indicadores macroeconómicos, fijándose en las realidades de los trabajadores informales, los desempleados y los pobres que buscan sustento diario. Popularizó la consigna de las “tres T” –tierra, techo y trabajo– como derechos fundamentales. En encuentros mundiales con movimientos populares (como el histórico de Bolivia en 2015), Francisco alentó a los excluidos a organizarse y reconoció su labor como “sembradores de cambio”.

Francisco veía en la economía popular un ejemplo de solidaridad, nacida “desde abajo, desde el subsuelo del planeta”. Sus encíclicas y mensajes urgieron a los gobiernos y a la sociedad a valorar estas iniciativas que, con creatividad y esfuerzo comunitario, buscan asegurar trabajo, vivienda y tierra para todos. Este enfoque participativo y humano de la economía constituyó un eje de su magisterio social: no hacer política “para los pobres” sino “con los pobres”, promoviendo su dignidad activa.

La revolución tecnológica y el futuro del trabajo

Con la mirada puesta en el futuro, Francisco también reflexionó sobre el papel de la tecnología en el ámbito laboral. Si bien celebró los avances científicos y tecnológicos como “un maravilloso producto de la creatividad humana”, advirtió sobre los riesgos de un progreso desvinculado de la ética. En Laudato si’, por ejemplo, alertó sobre cómo ciertos “avances” pueden encubrir nuevas formas de injusticia, y subrayó los impactos laborales de algunas innovaciones tecnológicas, especialmente su contribución al desempleo y la exclusión social.

Además, Francisco puso énfasis en que la persona nunca debe ser esclava de la máquina ni de la economía. En un mundo abocado a la automatización y la inteligencia artificial, abogó por una transición justa y que la mayor productividad que prometen estos avances se traduzca en más y mejor empleo, no en descarte de personas. “Como sería de hermoso si al crecimiento de la innovación científica y tecnológica correspondiera también una mayor equidad e inclusión social”, señaló en una charla TED en 2017. 

Un modelo de liderazgo para nuestro tiempo

Finalmente, y no por ello menos importante, en tiempos de incertidumbre, polarización y desconfianza hacia las instituciones, el papa Francisco también nos regaló un modelo de liderazgo profundamente humano, coherente y valiente. Su forma de ejercer el poder no se basó en la imposición ni en el carisma vacío, sino en la escucha activa, el discernimiento moral y la cercanía con los más vulnerables. Además, fue un líder que eligió los márgenes, y que demostró una gran valentía al atreverse a ensuciarse los zapatos caminando con los desfavorecidos, y a levantar la voz frente a estructuras de injusticia, dentro y fuera de la Iglesia.

Francisco lideró con el ejemplo. Habló con hechos antes que con palabras. Renunció a los privilegios materiales del cargo, eligió vivir con austeridad, reformó estructuras opacas y, sobre todo, puso el foco en lo más esencial: una Iglesia comprometida con los pobres, los trabajadores, los descartados. Un estilo de liderazgo evangélico que lo convirtió en una figura profundamente respetada incluso por quienes no compartían su fe.

Y también mostró que es posible liderar con humanidad sin renunciar a la firmeza, así como mantener una visión ética en contextos adversos, a través de una autoridad basada en la integridad, la empatía y la esperanza, lo que puede inspirar a directivos, dirigentes sindicales y responsables de políticas públicas a ejercer su rol no desde la distancia, sino desde la cercanía y el compromiso con la dignidad humana.

Un legado social perdurable

El papa Francisco nos deja un legado potente y esperanzador en relación con el mundo del trabajo. Sus enseñanzas entrelazaron la doctrina social de la Iglesia con los desafíos contemporáneos, ofreciendo una visión del trabajo profundamente humana y solidaria. Abogó por trabajo digno para todos, por sindicatos fuertes y responsables, por una economía que incluya a los marginados, por una tecnología al servicio del ser humano, y por un liderazgo centrado en el cuidado de las personas.

Reflexivo pero firme, Francisco reavivó principios atemporales —la primacía de la persona, la solidaridad, la justicia distributiva— y los aplicó a las realidades del siglo XXI. Un legado de palabras y gestos que nos recuerda cómo desde el mundo del trabajo podemos contribuir a la construcción de una sociedad más justa, fraterna y sostenible.

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Foto de Coronel G en Unsplash

Santi Garcia
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