Donde tengas la olla ...

En el último número de Knowledge @ Wharton, newsletter que publica la prestigiosa escuela de negocios de la Universidad de Pennsylvania, se trata este tema, y se debate sobre cuál es la postura que deben adoptar las empresas ante estas situaciones. Entre los inconvenientes se señala que las relaciones entre empleados pueden ser una fuente de distracción, y no solo para los directamente implicados, sino también para otros compañeros para quienes el romance se convierte en un buen tema de chismorreo. Por otro lado pueden dar lugar a conflictos de intereses, en algunos casos serios, represalias en casos de ruptura, etc. Entre las ventajas se habla de una mayor integración de los empleados (sic.). Lo cierto es que las empresas no saben bien qué hacer ante la proliferación de relaciones sentimentales entre sus trabajadores. Las hay que las permiten mientras otras las rechazan de plano. Las más, simplemente, no se meten en estos temas. La postura más habitual es permitirlas pero desincentivarlas, y, en cualquier caso, evitar relaciones entre jefes y subordinados. En mi humilde opinión creo que tratar de regular estas relaciones es meterse en terreno resbaladizo. Puestos a regular las relaciones amorosas ¿por qué no hacerlo también con las relaciones de amistad u otro tipo de relaciones de afinidad entre empleados? Los riesgos son parecidos. Por mi parte me quedo con la sabiduría que rezuma el viejo refrán castellano...
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